La tragicomedia de las “íes” catalanas
Por Ricardo García Moya
El mimetismo es un recurso que el ser humano utiliza con fines diversos, generalmente no muy dignos, en especial cuando se imita de manera servil al poderoso. El cronista Felipe de Albornoz cuenta que Alfonso el Magnánimo, rey de Valencia, "por costumbre cabiztuerto (sic), no había en la Corte quien no fingiesse este defecto", es decir, que todos se acercaban a él con la cabeza torcida. De igual modo, cuando el emperador Carlos padeció "un dolor de cabeza (que) le obligó a quitarse el cabello", los aduladores transformaron la severa Corte en un colectivo de cabezas rapadas. Añade Albornoz que "si el dolor de cabeza fuera imitable, no hubiera hombre sin el" (Cartillas políticas. Madrid, 1666, f. 33).
Salvando diferencias, podemos comprobar cómo los ejecutores de la "inmersió catalana" en la Comunidad Valenciana practican el mismo ritual imitativo, regido sólo por la esperada subvención o puesto remunerado. Veamos, por ejemplo, el caso de la cruzada contra la "Y", pues no hay falta que más exacerbe a estos colaboracionistas que su presencia en un escrito en valenciano; no importa que aparezca como conjunción copulativa, semivocal, etc. Pero no piense el lector que su irritación está motivada por razones serias, pues a ellos les da igual las matizaciones fonéticas o las peripecias etimológicas de esta letra: la yod que generó la consonante románica, o la adaptación de la "Y" por los latinos para transcribir la ypsilón griega. No son cuestiones gramaticales las que guían a estos filólogos, sino políticas.
La fobia hacia la "Y" surgió, por extraño que parezca, en la Castilla culterana de principios del siglo XVII. Mientras el genial Góngora componía sus asombrosas poesías, una legión de mediocres seguidores del cordobés atormentaba la lengua castellana batiendo retruécanos, metáforas y giros rebuscados; otros, más modestos, trataban de introducir cultismos eliminando excrecencias no latinas, destacando entre estos adalides lingüísticos el canónigo Bernardo Aldrete, partidario de suprimir la "Y" del castellano:
"La i tiene gran facilidad en pronunciarse, i al contrario el Y (...) en España se ha introducido en muchas dicciones, quitándole el oficio a la i natural, dándolo a la letra extranjera Y (...) i principalmente en la conjunción i, derivada de la ET latina" (Aldrete, B.: "Varias antigüedades". Amberes, año 1614, p. 62).
La batalla de las íes estaba iniciada. En el mismo año 1614 en que Aldrete arremetía contra la "extranjera Y", salían a luz obras en castellano con la supresión de la odiosa letra. El murciano Cascales, por ejemplo, también seguía esta moda en sus escritos: "era de la Ciudad; i no de los agermanados, i las banderas" (Cáscales, F.: Historia del Reino de Murcia, año 1614). La costumbre perduró en algunos autores hasta el siglo XVIII. Por el contrario, la lengua valenciana -sin ningún motivo para adoptar una norma gramatical venida de Castilla- continuó utilizando la "Y" como era tradicional. Así lo hicieron desde los escribanos de la Generalidad hasta los predicadores como Blay Arbuxech. No estaba el horno para bollos, pues la actuación despótica de algún virrey había incrementado la aversión al castellano, según se advierte en la carta del "Engonari de la Llonja" en 1656:
"Si algún resabut dirá, perqué en castellá no escric, dic yo que de aquella llengua sols men val pera mentir."
Hubo, como es lógico, excepciones, ya que algún escritor valenciano se contagió de las manías culteranas y eliminó la "Y". La dualidad queda reflejada en la obra del erudito Gregorio Mayans y la del notario Carlos Ros; el primero, inmerso en el estudio de la lengua castellana, escribía así:
"Hoi se usan, no eran mui antiguas i si se cabe; no hai muchos en España" (Diálogo de las armas/ ha procurado enmendarla D. Gregorio Mayans, Bibliotecario del Rei. Madrid, 1734).
Carlos Ros, su coetáneo, luchaba por conservar el idioma valenciano y, por supuesto, manteniendo la "Y" griega. Visto el panorama, surge la duda: ¿Por qué rechazar una letra usada por los clásicos y que perduró hasta los sainetes decimonónicos? Muy sencillo, cuando surgió la "renaixença catalana" ya había sido olvidada la lucha contra la "Y" (aunque perduraba en más de un escritor en catalán que había asimilado la norma ignorando su procedencia) y adoptaron como medida diferenciadora del castellano la eliminación de la "Y". Los valencianos -pecando de candidez a principios del siglo XX- aceptaron algunas normas del Instituí d'Estudis Catalans al considerarlas beneficiosas contra "la parla vulgar"; entre las perlas donadas por Pompeu y compañía se encontraba -aderezada con otros argumentos- la teoría castellana de Bernardo Aldrete contra la "Y".
En nuestros días, los "inmersionistas" actúan sin ingenuidad. Igual que los cómicos "cabiz-tuertos" que seguían al Magnánimo, ejecutan las consignas emanadas del "Principat"; esperando la palmadita en la espalda o el terrón de azúcar que premie su fidelidad. Así, en "El Periódico" de Barcelona (14-8-91) el catalán Pau Farner aplaudía la labor del "factótum cultural" Eliseu Climent, por ser "un personaje que desempeña todos los menesteres", y con "su editorial Tres i Quatre, su revista "El Temps" y sus tejemanejes audivisuales" y otras actividades "confiere importancia al catalán de la periferia". En fin, veremos si la "periferia" -así califica al Reino de Valencia el despectivo periodista barcelonés- reacciona, recupera la personalidad y ¿por qué no? el uso de la tradicional "Y" en la lengua valenciana.
Las Provincias